Tenéis que venir. “¡Tenemos un problema!” El corazón lo siente. El cerebro gira ciento ochenta veces. Así empieza el proceso habitual. Un niño de diecisiete años está en pie, en cama, de rodillas, a saber. Varias contusiones recorren su cara y surcan sus brazos. Toda la espalda está enrojecida de golpes y chichones abiertos. Algunas heridas están sangrando. Cuenta que ha sido golpeado por su tío, hermano de mamá. “Dicen en casa que hago cosas de la brujería”. A esta edad la pregunta de “en qué te podemos ayudar” no sirve para nada. A esta edad quieren huir, marcharse hasta después del infierno menos regresar a casa. Es la edad del vuelo y la salida forzosa del segundo armario. El primer armario todavía está bloqueado con cuarenta llaves. El muchacho observa el entorno con aprensión. “Mamá ha decidido internarme en la Iglesia. Tengo miedo. El pastor pronostica que al menos un año de ingreso en el templo curará mi espíritu maligno. Me queda un año escolar para acceder a la selectividad y la verdad es que voy bien en el colegio. ¿Qué hago? Necesito ayuda”. Otro niño homosexual en las calles de Guinea Ecuatorial y con diecisiete años. Es la edad perfecta, o no. A los catorce años sería un bocadillo, ni habría llamado. Al colectivo Somos Parte del Mundo se adelantaría la red de tratantes de niños varones que en este país se está forrando a costa de los cuerpos de menores cuyas madres y padres se han quedado con el miedo a lo desconocido: la homosexualidad. Las familias no saben lo que hay en las calles, en los ministerios, en los hoteles de lujo, en las tiendas de baile de buti (y de acceso al poder). Un niño gay, una niña transgénero, cotizan pasta en un mercado del que nadie habla: la prostitución de niños con fines sexuales y de acceso al poder. Dudo mucho que en Kogo, donde se ha elaborado oficialmente el Proyecto de Ley que va a castigar la homosexualidad y la prostitución, se haya pensado que las hijas y los hijos de las personas pobres tienen derecho a los derechos humanos. Los magnates de la prostitución infantil (de niñas y de niños) en Guinea Ecuatorial están vestidos de poder. Lucen abiertamente los beneficios de los cuerpos de las y los menores en vehículos de alta gama, viviendas de lujo, cargos en el Gobierno y parientes que con tan solo una mirada cualquiera se caga encima. Los niños maricones son un buen negocio. Sus cuerpos son templos de espíritus malignos y sirenas. Al poder se accede a través de la brujería, los espíritus y las sirenas. Al poder se accede revolcándose uno en los cuerpos de un grupo de menores que de día recibe nombres inhumanos en todos los espacios (medios de comunicación social especialmente), y en las noches son buscados para los placeres prohibidos y el acceso a la política. Todo el mundo tiene grabado el mensaje en el cerebro: el acceso al dinero en Guinea Ecuatorial se abre a través del alquiler de una silla en la política. El niño se queda mirando, escuchando, llora, se ríe, está quieto. Necesita ayuda. Su madre recibe a un grupo de personas extrañas. Su madre se sienta a escuchar. A su casa no han entrado evangelistas. Sería una buena noticia. No se ha anunciado en los medios de comunicación el comienzo del censo de los militantes del Partido Democrático de Guinea Ecuatorial. Sería una buena noticia. Son maricones y lesbianas. Observamos las puertas de salida y de entrada. En un país de tradición gerontocrática y patriarcado arraigado es muy atrevido tomar la palabra y considerar que se tomará en cuenta a un grupo de varones jóvenes y mujeres (independientemente de su edad). En el equipo de visita alocada apenas vienen personas de al menos cuarenta años. El agua caliente puede recibirnos. Los machetes pueden visitar nuestros cuerpos. Puede ocurrir cualquier cosa. La vida de un/a defersor/a de los derechos humanos en mi patria profunda vale menos que la del mosquito anófeles, el transmisor de la malaria que las instituciones públicas pretender desarraigar como yo el patriarcado. ¡Qué impotencia! En una situación de este tipo qué se le dice a una mujer guineana de al menos cinco descendientes y separada. Ha recibido juicio del padre que reprodujo con ella un hijo maricón. Ha recibido juicio de la familia por su niño maricón. Ha recibido juicio del vecindario por ser madre de un niño maricón. Ha recibido juicio de la sociedad y del Gobierno por traer al mundo un niño que mancha la imagen del país y socava los cimientos de una familia tradicional indefendible a oídos del razonamiento lógico. Y es que en Guinea Ecuatorial cuando un/a hija/a crece y se desarrolla con dignidad legítima a lo bantú y cristiano-católico el mérito es del padre. El fracaso es culpa de la madre. El niño del que hablamos hoy es un maricón. Llega la madre. Observa con extrañeza. La manera de acercarse hasta el salón en el que estamos sentados es de derrota. Tiene en el rostro el dibujo de Mala Madre y Mala Mujer (así se llama en Guinea Ecuatorial a las madres de las personas LGTBIQ+). Toma asiento con un cansancio difícil de ocultar y ni pregunta quienes somos. En medio de un silencio momentáneo se expresa: “Hablen”. A medida que se entera de quiénes son las personas que visitan su casa crece el enfado. Horas más tarde ya nos encontramos en la Comisaria de Policía de Ngoló, Bata, 30 de octubre del 2019. Es de noche, son las once y media. La familia masculina del menor de diecisiete años es la demandante. La familia femenina del menor no habla si no es para confirmar la versión masculina o recordar algún detalle. La familia del menor le acusa a un chico de que le ha contagiado el virus de la brujería a su sobrino y que un día antes la Policía y la familia buscaron sin capturar en toda la ciudad de Bata. El acuerdo consistía en llegar al día siguiente a su puesto de trabajo con la Policía y las cámaras de Televisión Guinea Ecuatorial para mostrar en todo el país la brujería de los blancos (los vicios de los blancos) que las personas jóvenes, ayudadas por las nuevas tecnologías también de los blancos, están trayendo a un país “decentemente africano” como Guinea Ecuatorial. Se informa al instante del entramado de la persecución y toma la palabra el varón de la familia demandada. “Este hombre le perfora el ano a mi hijo (á fá nnénag). Este hombre, que no es africano aunque tiene la piel negra porque estas cosas que hace no son de los negros, le rompe el culo a mi hijo (á buíñ me can). Y este niño sentado a su lado, que siempre le convoca en los centros culturales para hacer cosas de los blancos y cuya voz es de mujer y no de un varon fang auténtico, también le escribe mensajes como un hombre que le rompe la vagina a una mujer (á buíñ ndjín, á buíñ mecan, á buíñ), un hombre como yo, que le rompo la vagina a mi mujer y todo el mundo sabe que es normal que un hombre le rompa la vagina a su mujer. Otro hombre no me puede romper nada. ¡Imposible! Y esta mujer que está allí sentada, esta que tiene el pelo de estropajo, de saco de arroz (nkura esi), es la que les dice a todos los maricones y lesbianas de Guinea Ecuatorial (contraviniendo las sabias orientaciones del presidente de la República y jefe de estado, presidente fundador del Partido Democrático de Guinea Ecuatorial), que sigan con las costumbres de los blancos. Quiero decir que esta mujer, quien habla el castellano con una rapidez rara, como una blanca, nada que ver con nuestro país, induce a los niños y niñas de nuestro querido país a romperse los culos y a comerse las vaginas. Yo sé que en casa tengo viviendo a un niño estudiante y desde que sospecho que hace cosas de brujería no sale a la calle como tal, bueno, tiene una ruta controlada: casa, colegio, casa. Punto. Sin embargo, ha roto estas normas saltando por la ventana y el cielo raso. ¿Con qué objetivo ha saltado las normas familiares?, preguntarán. Con el fin de irse a los centros culturales y de buscar a los hombres para que le follen como a una mujer. Yo no sé qué busca en los lugares de los blancos siendo un fang de pura cepa y a la vez un hombre que el día de mañana deberá romperles vaginas a las mujeres para que tengan descendientes de la tribu. He traído a la Policía este asunto de brujería porque el Gobierno (Edjue ngoman) me debe una explicación. Quiero saber si ya es normal hacer cosas de los blancos en este país. Aquí todo el mundo sabe que somos africanos. Tenemos nuestras cosas. Y en nombre de África he hecho lo que se hace en estos casos. Si tienen tiempo observen la espalda de mi sobrino. Para que me dijera la verdad le tuve que golpear muchas veces con los cables de instalación de luz electica. Y como no hablaba, empecé a golpearle con mis puños de hombre. ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! Le he dejado el cuerpo destrozado para que aprenda. Y le dejé de golpear porque el vecindario vino a ver lo que pasaba y coincidió con que le dejara para que el presidente de la república (Ndjue) no me meta preso por haber matado a una persona, perdón, a una persona no, a un maricón. ¡Yo le iba a matar! Esta vergüenza familiar no la podemos aguantar. La reputación de mi familia, la solución al problema, la dejo en vuestras manos porque el Dios del cielo es el Dios de los cielos, y el de la tierra es de la Tierra: es el presidente de la república. Y vosotros aquí sentados sois los representantes de nuestro Dios de la tierra. Solicito también que a este brujo, el chico que le ha contagiado el virus de los maricones a mi hijo, sea grabado en Televisión Guinea Ecuatorial para que todo el país conozca sus vicios. Quiero que todo el país le odie a este fám e mina (gay en la lengua fang), que su reputación se quede por los suelos. No sería la primera vez. Somos africanos. Saben tan bien como yo que el juicio social (comunitario) es más poderoso que el de una comisaría local. La recuperación del honor de mi familia tiene que ver con la perdida de la reputación de este chico, quien le ha perforado el ano a mi hijo (á fá nnénag)”. Es de noche y Bata está vestida de oscuridad. Hace mucho tiempo que los cortes de luz se repiten a diario. Al menos cuatro policías se encuentran en la comisaria. Es el momento de las llamadas porque nunca “sabes con quién tratas”. Es frecuente acá que ante cualquier aprieto institucional las personas al no confiar en la efectividad de la ley marquen los números de teléfonos de sus familiares del poder o amistades bañadas de nepotismo. Las mentes del colectivo viajan al pasado, julio de 2019, cuando en abril y mayo una Comisión del Gobierno se encontró en las Naciones Unidas con el Informe sobre los Derechos Humanos de las Personas Homosexuales en Guinea Ecuatorial elaborado por las personas sentadas en las sillas de la Comisaria de Policía de Ngolo. La represión se hizo más fuerte. Las viviendas de las personas transexuales fueron sitiadas por militares y policías pero con indumentaria civil. Y es que el país no llega al millón de habitantes y todo el mundo se conoce. Automáticamente se identificó a sus señores del Ministerio de Seguridad porque solo les echamos de menos en nuestras camas, bueno, nunca se sabe, también podrían estar en ellas. El Ministerio de Seguridad nos persigue a todas partes con vehículos de marca Toyota de color blanco, de color negro, depende de la ocasión. Y muchas veces los y las vigilantes se introducen en los taxis y en las aceras. Se identifican a su manera. Sus señores policías intervienen nuestros teléfonos móviles y los bloquean. Retienen nuestros cuerpos cuando quieren pero en julio de este año la intimidación creció y entonces tomamos los teléfonos móviles y el NO SÉ se apropió de los oídos mariquitas y lésbicos. Ningún ministerio estaba al corriente de una orden de represión a las personas homosexuales. Todos respondieron NO SÉ. No existe peor cosa que sentirse apátrida. Es de noche. La familia, la parte acusada, está a un lado. El acusado recibe la orden de sentarse en el banquillo de los acusados. Cuando se coloca de pie toda la sala repite “Esto sí que es brujería”. Recibe abucheos, todo tipo de insultos y el enfado del comisario crece a ratos más la pregunta de “¿tienes algo que añadir?” El acusado no ha abierto la boca todavía y mira con extrañeza en toda la sala. Está acusado de un delito al que nadie ha citado. Se presenta, explica su profesión y el comisario interviene. “Te hemos ordenado que digas sí o no a la perforación del ano de este muchacho. No respondas a otra cosa que a esto”. Silencio. El varón no habla. La sala se alarma y grita “brujería”. El acusado tiene la piel negra muy suave y está aterrado. Pregunta qué delito ha cometido y el comisario insiste en que responda con brevedad: sí o no. Silencio. En coro la familia del menor y la policía gritan “brujería”. “Al calabozo. Quítate los zapatos, el reloj, la llave del coche y todo lo valioso. Aquí vienes a que te tomemos la palabra, quieres declarar. Los maricones no declaran. ¡Entra, deprisa! ¿Dónde está el hombre que habla como una mujer? ¿No sabes que los africanos no hablamos como las mujeres? ¿Eres un blanco? ¡Al calabozo también! ¡Y aprende a sacarte esta voz de mujer! Eres un hombre, ¡por Dios! Qué vergüenza. Y la mujer del pelo de estropajo, escucha muy bien. Mañana tienes que venir a las ocho de la mañana para declarar. Tu situación es mucho más grave, es de oposición política. Estos dos brujos, ahora en el calabozo, pueden salir mañana si hacen lo que se suele hacer en estos casos (pagar, no lo dice). Pero tú eres la causa principal: contravienes las sabias orientaciones del presidente de la República y jefe de estado, presidente fundador del Partido Democrático de Guinea Ecuatorial enseñando a los niños que enfermarse del virus de los maricones es algo positivo. ¡Qué brujería!” La familia a gritos de “brujería” se va de la comisaria empujando al muchacho de diecisiete años y gritándole “brujería” de manera repetitiva a medida que camina. En mis manos descansan los objetos personales de los dos chicos homosexuales introducidos en los calabozos. La madre del menor no articula palabra. Camina siguiendo a su hermano como las mujeres fang saben hacerlo. Me observa. No habla. Su hermano pregunta por qué observa a una persona que puede ser la causa de la enfermedad de su hijo. “No la mires. Ella también tiene los virus de lesbiana. Se contagia este virus y no se cura. ¿Tú quieres ser lesbiana como esta mujer o maricón como tu hijo?” Se marchan. El coordinador del colectivo Somos Parte del Mundo en Bata está preso. Es universitario y se le ve derrotado, como la madre del menor. Son las doce de la noche y la Comisaria se ha encendido. Todo el mundo habla de la brujería, de los espíritus malignos y de mi escasa empatía con las pobres madres y los pobres padres de Guinea Ecuatorial, quienes tuvieron hijos varones destinados a romperles las vaginas a las mujeres. “Y viene esta del país de los blancos a enseñarles lo contrario. No habla un castellano local. No es guineana. Debe ser una de estas que se fueron a España y quieren venir a cambiar nuestras costumbres africanas”. La Policía habla del acusado. Abrió la boca y se delató. Estudió y vivió en España. De allí trajo el virus. El vecindario, el suyo, le contó a la Policía que a su casa no entran más que otros enfermos de brujería. “Nos han dicho que lleva una vida misteriosa. Vive en una casa aislada. Allá no entran seres humanos, solo maricones”. En mis manos descansan las pertenencias “punzantes” (definición de la Policía) de los dos maricones encarcelados. Estoy sentada. Estoy de pie. A mi lado todo el mundo habla. El menor de cuerpo destrozado por los puños de su tío recibe las condolencias: su hombría está rota. Lleva al menos veinticuatro horas sin ver al médico. No toma asiento con comodidad. La Policía no se ha preocupado de la salud del adolescente, la familia tampoco. Ha animado a su tío, se portó como un buen africano y se quedó corto. Una orden sale del comisario. De los espíritus que habitan el cuerpo del adolescente se hablará a las ocho de la mañana del día siguiente. Se espera el cambio de guardia y la llegada de un mando que conoce al pastor, un profeta que cura el mariconeo en la Región Continental, ya que no se trata de la primera vez que llega a la Comisaria de Policía de Ngoló un caso de brujería contagiada de un ano a otro, de una vagina a otra. Diez de la mañana del día siguiente, 31 de octubre. La familia del menor llega armada: siete varones coronan la parte acusada. Se libera de los calabozos a los dos enfermos de brujería. La armadura del la tribu recibe la orden de “quedarse bien con nuestras caras”. La Policía no reacciona. Le pregunto al tío del menor cuyo ego crece cada vez que rememora las tradiciones de un Africa negra de dudoso pasado pulcro y recibe la tolerancia de las fuerzas del orden público, si está amenazándonos cada vez que abre la boca. El tío padre del menor ha tomado la palabra otra vez para declarar. La Policía descubre que está grabando de manera estratégica con el teléfono. Los policías revisan las imágenes en las que aparecemos todos y todas (policías, los enfermos de brujería, la lesbiana y opositora, su sobrino), más las declaraciones. Requisan sus pertenencias y advierten que le espera una multa bien gorda. Recibe la orden de formatear el teléfono. Los hombres de la familia se quejan entre dientes: “Si la Policía no quiere quemar la reputación de los maricones y de esta lesbiana en los medios de comunicación social tenemos que hacerlo nosotros”. El representante de la familia sigue declarando. Asegura que no amenaza a la lesbiana ni a los maricones, sin embargo, que no entiende tampoco la facilidad del colectivo (al que llama una secta) para encontrar a un individuo que la Policía y la familia llevaba días buscando sin resultados. La madre del muchacho víctima del virus de la brujería está separada. Se ocupa sola de los gastos económicos de sus descendientes y sin ayudas públicas para sostener una familia numerosa. Su hermano, el único de la tribu que habla, le informa a la Policía de que en su familia no se tolerará a un niño de garantizada vergüenza, por lo tanto, que las autoridades busquen soluciones porque a casa de su hermana no regresa la brujería. Las Comisarías de Policía emplean a personas con autoridad delegada por el Estado y el caso que les ocupa no es una tontería. Les llaman mandos (capitanes, comandantes, tenientes. Al mando al que le corresponde resolver nuestro caso todavía no hace más que indicar quién debe declarar y quién no. Comienza el cruce de inculpaciones de los dos acusados de brujería. Quién buscó a quién. Quién llamó a quién. Quién besó a quién en primer lugar. Quién no ama a quién. Quien ama a quién. En la comisaria no se entiende que dos hombres discutan como una pareja heterosexual y todo empeora a ratos. La palabra “brujería” se repite una y otra vez. El mando de la Comisaria se enciende como el fuego. “Existe una Orden Presidencial en Guinea Ecuatorial que prohíbe la homosexualidad. ¿No lo sabeis? Yo lo vi en la tele. Sí. Al Primer Ministro encargado de la Coordinación Administrativa hablando. Lo vi en los medios, este señor de la pared, el presidente de la República y Jefe de Estado, y presidente fundador del Partido Democrático de Guinea Ecuatorial, lo prohibió públicamente. ¿Cómo sois tan atrevidos de venir aquí, a un espacio público y discutir sobre brujería? Está prohibido”. La sala se queda en silencio. La disciplina castrense es legendaria. “Las declaraciones del Presidente no son leyes. El Presidente de la República es un político y no el Parlamento. Se publicó un decreto que recoge la composición de una Comisión que elaboraría un decreto-ley que va a regular la prostitución y la homosexualidad. El proyecto de ley sigue tiene un proceso. No hay ley en estos momentos que castiga la homosexualidad”. Silencio. Alguien le contradice al mando. Alguien le contradice al presidente de la República colgado en la pared. Toda la sala se gira a mirar y un policía con el rostro enfadado recuerda que el código penal vigente sí condena la homosexualidad. “Está vigente en nuestro país el Código Penal franquista. No obstante, después de su entrada en vigor se aprobó la Constitución que establece en las cláusulas finales que todas las leyes que contravienen la Carta Magna quedan derogadas. En estos momentos se está discriminando a cuatro personas en la Comisaria de Policía de Ngolo contraviniendo la Constitución. En materia de jerarquía legislativa la Constitución es la ley de leyes, el Código Penal no puede sobreponerse a la Constitución. ¿De qué se nos acusa? Dos chicos han pasado la noche en el calabozo: uno por ser homosexual y el otro por hablar como una mujer. A este menor lo han torturado física y psicológicamente. Desde que hemos llegado estamos recibiendo amenazas de la familia del muchacho y de la Policía. ¿De qué se nos acusa?”. El mando se enfada y acusa al colectivo Somos Parte del Mundo de infiltrado en el país, trabajo clandestino, opositor y sobre todo, de divagar. A la chica con pelo de estropajo le cae una pregunta: si tiene descendientes, si ha sentido el dolor del parto alguna vez, si tiene una vagina como la madre del muchacho (ye obere Nchin ané é mina ñi). El mando levanta la voz. “O sea, que tienes hijos y vagina. Si tu hijo saliera brujo, como estos dos, ¿serías feliz? Eres una mala madre. Eres una mala mujer. ¿No te pones en el lugar de esta pobre madre (que tiene vagina como tú), que está sentada a tu lado, y les dices a los niños que perforarse los anos no lleva a África a ningún lado? ¿No te pones en el lugar de esta madre, esta familia, en cuya casa ha entrado la desgracia de tener un hijo con costumbres de España? Yo no hablo de la ley porque esto es divagar. Yo arreglo los problemas como un padre de familia. El presidente de la República me mandó aquí para arreglar los problemas. Si seguimos hablando de las leyes no arreglamos nada. Y esta familia ahora mismo tiene un problema: un hijo caído en desgracia y delincuente, justo lo que persigue el Gobierno, la delincuencia juvenil. Y tú aquí vienes a divagar. ¿Es más importante la ley que la tradición? ¿De qué lado estás? ¿Del lado de los blancos?”. El silencio camina en la comisaria como las clínicas chinas en la ciudad de Bata, allá se ha delegado el placer de curar los cuerpos de mi patria profunda a un grupo de personas que no habla el castellano. Los prospectos de los medicamentos que administran, todos de fabricación china, tampoco están en castellano. El chico gay acusado pide perdón. Estaba poseído por fuerzas brujeriles cuando se echó novio. Pide ayuda, un tratamiento no de la medicina de los blancos si no de la africana. Le pide perdón a la familia de su pareja, a la Policía, a las personas que se acercaron para curiosear y asume los gastos de las sanciones policiales destinadas a las dos partes, más las del colectivo. Está arrepentido de haber iniciado una relación con un hombre. La Policía interviene: “Ahora sí que hablas como una persona y no como un maricón. Tuvimos aquí un caso. Una mujer vino a demandar aquí a su marido porque ya no la tocaba, que solo le tocaba al pastor de la iglesia, ¡un extranjero! Convocamos al pobre hombre infectado por el extranjero del mismo virus que tienes tú y que tiene este niño. Yo no creo en las curanderías pero un sacerdote católico trabaja aquí en Bata con mezcla de cosas de la Iglesia católica (exorcismos) y de la tradición bantú. Más tarde, este hombre, el infectado, regresó para darnos las gracias. Había cambiado de maricón a hombre. Es verdad que todavía se le veía flaco y algo trastornado pero oye, ya no tenía el virus. Te aconsejamos que veas a este señor ahora que has tomado conciencia de tu enfermedad”. Otra vez la sala se queda en silencio y una mujer policía recuerda que el caso lleva dos días en la Comisaria y la madre del adolescente no ha declarado. El escuadrón de la tribu la observa con enfado. El comisario cede. Ella observa a ninguna parte. Es la cuarta vez que a la chica con el pelo de estropajo le llaman la atención por sentarse con una pierna cruzada sobre la otra. “Una mujer no se sienta así. Observa, blanquita, se hace así. Las piernas juntadas y cerradas. No eres una blanca. Las mujeres blanquitas no respetáis el cuerpo de la mujer y lo privado que debe estar”. La madre del adolescente les observa a los hermanos antes de hablar. Toma la palabra cuando le dicen “habla, no le temas a nadie”. Los segundos vuelan. Suspira y observa a su hijo. Él la mira y baja el rostro. Los policías hablan de otros temas. Los hermanos de la mujer contestan a las llamadas telefónicas. Estoy sentada en medio de mamá y el hijo. Las malas madres. Las malas mujeres. La madre del muchacho está preocupada. Ahora entiende el dolor de vientre que su hijo lleva tres semanas sintiendo como una mujer. “Necesito ayuda del Gobierno. Mi hijo está enfermo. Se enferma de cosas de mujeres como yo. Dice que debajo del ombligo camina algo. ¿A qué tipo de hombre le duele el vientre? Creo que es el espíritu de maricón que le han puesto en el vientre. Mi hijo era normal cuando nació hasta que de un momento a otro empezó a cambiar. No se concentra en nada. Y mira su piel, blanquea la piel como una mujer. El cuerpo de mi hijo ya no es de varón, tampoco de mujer. Ahora mismo hablo con pruebas, todo lo que explico aquí lo dice el pastor de mi Iglesia porque ayer le llevé para las liberaciones. Y Dios mío, el pastor dice que el espíritu ha entrado en su cuerpo así con fortaleza. Necesita mucha oración pero este niño no me hace caso cuando le digo que vayamos a la iglesia. ¡Qué va! Su espíritu de maricón se escapa de Dios. La salvación de mi hijo es Dios. Es mi hijo, no le puedo echar de casa. Dios no me lo perdonaría. Necesito también que le hagan análisis en el hospital para saber que en las cosas de los blancos está bien. Mis hermanos ya lo han dicho todo”. Se calla. La Policía aconseja que la familia busque soluciones en la sanidad tradicional y repite que el caso no se resuelve sino en las curanderías y las iglesias. Llega el momento de pagar. “¿Pagar qué?”, se pregunta la familia. Se queja porque lleva dos días pagando. Los varones de la familia que acusa se enfadan, hablan entre dientes de por qué hay que pagar sin resultados. Regresan a casa como vinieron: con la vergüenza en los hombros. Y ahora qué. La pareja del adolescente se ofreció a pagar pero necesita salir para buscar el dinero. No existe la garantía de que regrese. La madre del menor quiere hablar con el coordinador del colectivo en Bata. Está preocupada. Quiere que la Policía deje libre al acusado porque se acercó a la familia voluntariamente y la Policía fue incapaz de encontrarlo. “Parece serio. Quiero que pague los análisis que se hacen en el hospital y que deje a mi hijo libre. Es mi hijo. Si mi niño le sigue que le diga no, por favor. Tengo otros niños pequeños en casa. Están solos. Me quiero ir y no hago más que gastar dinero en la Policía”. El dinero de las multas se consigue. La Policía lo guarda. Llega el turno de los consejos. El acusado se coloca los zapatos. Le preguntan si realmente está arrepentido de cometer actos brujeriles. Abre los ojos asombrado y lamenta lo que ha ocurrido de nuevo. Un policía que acaba de llegar no se echa a reír como los otros cada vez que la pareja discute. No. Le echa la culpa al Gobierno por la debilidad de las normas. “Deberíamos ser como Uganda. Había que matar a todos los maricones y a todas las lesbianas. Tú, maricón, vienes a hablar aquí como si fueras una persona normal. Que te perdonen. ¿Qué te perdone quién? ¿Te ha perdonado Africa? Con todas las chicas guapas que hay en Guinea Ecuatorial un chico como tú desperdicia su vida rompiendo los culos de otros hombres. ¿Tu madre sabe esto que haces? En todo caso haces bien. El Presidente nos regaló dos cosas en este país: el alcohol y las mujeres. Te explico. La bebida está disponible. Puede faltar gasolina. Pueden faltar los medicamentos. Puede faltar el pan. ¿Alguna vez has visto que falta alcohol? No. Nunca falta. Y después de emborracharnos tenemos a las mujeres para follar. Estas mujeres son las que han decidido abandonarnos para irse con las otras. El lesbianismo se expande como el paludismo y el Gobierno sin hacer nada. Nuestras mujeres nos están dejando. Ocurre también que las mujeres aparentemente que están contigo con que se acuestan con una lesbiana. Y cuando ya han probado este virus de lesbianismo ya no se les quita. En esta situación tú me dirás, solo nos queda el alcohol. Por eso las autoridades tenemos instrucciones. Hay instrucciones. La primera instrucción es sacarlas del trabajo a todas las lesbianas. Deben pasar hambre para ver si siguen follando. ¿Se puede follar con hambre? ¡Contesta! Hace poco tuvimos reuniones internas para barrerlas de los puestos de trabajo. Todas las lesbianas fuera del trabajo: hemos empezado con las lesbianas militares. No es una broma. Las mujeres son para nosotros. Nos las entregó el presidente de la República (a cada varón le corresponde a al menos cuatro), lo dijo en un discurso público y todo estaba bien. Detrás del Presidente las mujeres han decidido andar por su cuenta. Y peor, ahora las lesbianas nos las están quitando y no puede ser. El presidente no dijo eso”. Los pagos se realizan de par en par. Es deber del poseedor del virus de maricón pagar los análisis clínicos del contagiado. Queda claro. Los varones de la tribu se quejan entre dientes. La Policía lamenta el caso de las dos transexuales más conocidas del país: Sakira y Beyoncé. Le aconsejan a la familia del muchacho que se adelante al virus porque los hombres ricos del país acechan, le buscarán al adolescente. “Hace años, Dios es testigo, los dos maricones se acostaban con los hombres más importantes de este país y con los blancos de las grandes empresas. Eran intocables aquí en Bata. Eran intocables en Malabo. Eran intocables para las fuerzas armadas y de seguridad del estado. Pisaban lugares inaccesibles para todo el mundo. En estos momentos Sakira y Beyoncé están enloquecidas, comen en los cubos de basura de nuestras ciudades. ¿Qué ha ocurrido? ¡La brujería! Ahora, en estos momentos, ya no tienen a nadie. Los amantes que tenían se han buscado a los niños más pequeños. Y vuestro niño todavía es pequeño. Recomendamos que le lleven a las curanderías y a las iglesias lo más rápido posible. Los hombres con dinero están muy cerca. Vuestro niño si no actuáis con rapidez, le seguirá a Sakira y a Beyoncé”. La Comisaría de Policía se vacía de manera paulatina. Todo ha salido bien. Todo el mundo ha pagado lo encargado por las autoridades. La madre del muchacho no habla. Está triste. Se acerca al colectivo. Pregunta si el portador del virus de maricón se va a responsabilizar de los gastos hospitalarios de su hijo y sobre todo, en el caso de que desapareciera otra vez, si podríamos ayudarla a encontrarlo. Está sola. Esta derrotada. Camina junto a su hijo. Los varones de la familia se han marchado con un mensaje claro: el niño ya no es de la familia, es un maricón, que se quede con su madre, la mujer que lo parió. Todo el mundo se aleja, ella se queda con el hijo. Observa a sus hermanos de espaldas. Toman el taxi. Se marchan. De repente regresa el representante de la familia y de la tribu. Le dice en voz alta al portador del virus homosexual que le entregue la llave de su coche. “Te la devolveré cuando lo hayas pagado todo”. La madre del niño contesta que se ha ofrecido a acompañarles al hospital: “Esta todo bien”. Llega la tarde, son las siete. La madre del muchacho llama por teléfono. Quiere saber si tenemos información sobre el portador del virus homosexual, si la Policía lo volvió a molestar. “He pedido que no le molesten. He pedido que le liberen. Mi hijo está aquí conmigo. Estamos en casa. Mi hijo va a estar bien. El pastor no me abandonará. Dios no me abandonara, los humanos lo harán. Estamos regresando de la iglesia mi hijo y yo. Dios me ayudará. Dios no me puede desamparar. Siempre he sido una buena madre. Siempre he sido una buena mujer”. Una historia basada en hechos reales. Comisaria de Policía de Ngolo, 30 y 31 de octubre (Bata, Guinea Ecuatorial).
0 Comments
|
AutorA
Trifonia Melibea Obono Archivos
November 2022
CategoriAs |